Es tan difícil que la forma que aparece en escena tenga soporte emocional, que cuando este hecho artesanal cobra voluntad, de pronto, lo que uno ve parece sencillo de reproducir. Lo ridículo del comportamiento humano, entonces, cobra sentido. Un ejemplo de este proceso se hizo cuerpo con Elver y Gloria, en un momento de extrema tensión y alto nivel de absurdidad, pero que era ejecutado con la precisión con que un violinista frota el arco contra las cuerdas.
Más tarde, Gerauda y Tomi, se miran imantados. Ella sostiene una pequeña máquinita de afeitar. Algo cotidiano se vuelve poderoso. La tensión sexual y emocional se huele de lejos y uno imagina que cualquiera de los dos puede acabar degollado.